Para los antiguos egipcios, Atón era el disco solar, cuyos rayos daban vida a la tierra. El símbolo fue promovido particularmente por Amenhotep IV, que cambió su nombre, que significa “Amón está contento”, por el de Ajenatón, “El que place a Atón”. Durante su reinado, Atón fue adorado como divinidad suprema.

El rey pretendía asumir el papel de representante único del dios sobre la tierra y limitar el poder del sacerdocio tebano. Intentó suprimir el culto a Amón y borrar su nombre. Sin embargo, algunos dioses ancestrales de origen solar fueron tolerados y no hay constancia de que otros dioses, aparte de los que formaban la Tríada tebana, fueran perseguidos. Ajenatón impulsó un sistema hemoteísta más que monoteísta. Escribió el Himno a Atón, cuya versión más antigua se halló inscrita en la tumba del faraón Ay. A la muerte de Ajenatón, el culto a Amón fue restablecido, y el recuerdo del hereje y su dios, severamente perseguido
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